Shogun [Kamui] [Flashback 1600]

Quince años apenas, y por fin mi padre iba a hacer uso de mí en una misión solo. No es que desprecie la compañía de Ryô, tres años mayor y poseedor de mi admiración. Me ha enseñado muchos trucos y acabo de enterarme que es un licántropo. Lejos de rechazarlo, le di mi primer beso, pero ahora las cosas podrían cambiar. Mi misión de hoy es buscar al daimyo Kamui, un demonio que mi padre quiere de aliado. Me entrega un pergamino que debo darle, y me explica que le enviará dos regalos. El primero es una daga como la que tenemos todos los que le somos leales, y lo segundo... soy yo. Mi sorpresa es evidente, pero no protesto. Por protestarle he visto cómo han muerto dos de mis hermanos en un año, y yo no soy tan estúpido. Es sólo que pregunto hasta dónde va el regalo, porque quiero saber si cambiaré de amo. La sonrisa burlona de mi padre me lo dice todo: no prescindirá de mí como guerrero, el regalo se limita a mi cuerpo y espera que esté a la altura de un demonio íncubo como el daimyo.

Cuando me echa y me dice que debo salir antes del amanecer, hago una reverencia y salgo para tomar un baño. No sé qué diablos hacer, no tengo experiencia en artes amatorias porque por supuesto que mi padre lo ha impedido y ahora veo para qué. No es la primera vez que me siento usado, pero sé que debo obedecer. En cuanto se lo menciono a Ryô se porta extraño y se pasa la cena ignorándome y me duele. ¿Qué acaso no ve que yo preferiría mil veces estar con él de ese modo? Al daimyo ni lo conozco.

Intento dormir, y Ryô entra a mi cuarto. Nos besamos y acariciamos un poco, y duermo entre sus brazos. Es él quien me despierta. Intercambiamos nuestras dagas, y me hace prometerle que aunque le dé mi primera noche al demonio daimyo, el resto serán suyas. Se lo prometo de inmediato, aunque ambos sabemos que eso no puede ser.

Cabalgo con mis alas extendidas, el viento haciendo ondear mi cabello largo azulado y mis ojos violeta adaptados a la oscuridad.

Llego al anochecer y pido audiencia con el daimyo, dentro de una enorme casa. Me siento fuera de lugar, con la tierra pegada a mi kimono, con mis alas negras y rodeado de mundanos, sucio por el viaje. Entro a una habitación, parece ser una sala, y me hinco sobre el tatami, dejo mis katanas a un lado sobre el piso, esperando para entregar lo que se me pidió.