A veces... las cosas pierden su sentido. (Kyosuke)

Estaba en aquel sitio oscuro, hundido en las aguas de la inconsciencia. No tenía demasiados deseos de resurgir, pero sentía que la corriente lo llevaba a la superficie, en contra de su voluntad. Abrió los ojos, con la vista borrosa, mirando donde estaba. Al parecer, el demonio lo había dejado en un callejón vacío, donde, entre la oscuridad y el glamour, nadie nunca lo vería. Sabía que debía moverse, al menos si deseaba salir vivo de esto. Pero, ¿deseaba salir vivo? ¿Para qué? ¿Para vivir con el desprecio de Jace, o siendo un juguete para Magnus? Ambos le acababan de decir eso, o eso creía recordar, los últimos sucesos parecían algo borrosos, más cuando intentaba enfocarse en alguno en especial.

Intentó ver más allá, intentando divisar a los transeúntes, para ver si los veía pasar. Seguramente se reirían de él... ¿Quién sabe si no llevaban tiempo riéndose de él? Un escalofrío lo recorrió al pensar en esto, y comenzó a llorar, se sentía muy dolido, de lo poco que recordaba, las palabras resonaban en su mente, diciéndole que era trivial, que nadie lo necesitaba, el desprecio que emanaban lo recorría como la ponzoña que aun estaba circulando por su cuerpo, adueñándose de todo lo que veía y destruyendo todo a su paso. El dolor cada vez era peor, pero ya no le importaba. A veces... las cosas pierden su sentido, y para Alec, la vida estaba en este proceso.

Vio una figura detenerse en la puerta del callejón. Parecía reírse, y una punzada de envidia ocupó el pecho de Alec. Había gente que no estaba tirada en el piso, sufriendo porque su... pareja lo había despreciado o porque su parabatai había perdido el interés en el gracias a una pelirroja. La figura se giró a él, y Alec sintió que su sangre se congelaba, ya que sintió que lo miraba. Eso sólo podía significar que era alguien que veía mas allá de los glamours. Además... Había algo en este extraño que le recordaba a Magnus... Intento enfocar mejor su visión, pero no logró distinguir demasiado, ya estaba siendo arrastrado de nuevo hacia la oscuridad de la inconsciencia, hacia el alivio, hacia donde los dolores desaparecían y las palabras carecían de sentido.

Había ido al Pandemonium, como casi cada fin de semana desde que llegué a Nueva York. Ya me había topado con bastantes subterráneos y hasta mundanos medianamente interesantes o muy interesantes. Ahora no había sido el caso, y francamente, después de que varios licanos empezaran a fastidiarme sólo porque le lancé un beso a uno que se veía de lo más rudo. Pero vamos, yo sólo soy un pobre chico débil e indefenso con necesidades como cualquiera.

Ya que estaba todo aburrido, y que francamente ya estaba algo subido entre tanto alcohol y tantas cosas extra de las cuales me tengo que meter mucho más para que funcione, decidí salir. Llegué a un callejón, riéndome al recordar la cara del licántropo santurrón.

Volteo al sentir la mirada de alguien y veo una masa ebria en el suelo... una masa ebria con runas.

- Oh, no puede ser, ¿los dejan embriagarse? ¡Qué liberal se está volviendo la Clave!

Me acerco y lo muevo un poco con la punta de mi bota. Y no se mueve. Me pongo en cuclillas y le pico la mejilla.

- ¿Estás muerto?

Algo lo arranca de la oscuridad. Lucha por quedarse allí, pero no puede, la fuerza que lo arrastra es más fuerte que él. Abre los ojos con lentitud, sintiendo como el dolor vuelve a invadir su cuerpo con violencia, y ve sólo unos zapatos negros enfrente suyo.  Levantando  la mirada, ve a un hombre, o un joven; no puede decirlo con exactitud, hasta que se cruza con sus ojos, que lo miran, no sabe si con curiosidad o que, y descubre en ellos una tonalidad violeta y una pupila gatuna. Un brujo.

La fiebre iba en aumento en su cuerpo. Sentía como ardía por todos lados, como si estuviera a punto de incendiarse. Los recuerdos eran cada vez más borrosos y nada recordaba de la pelea con el demonio. Tampoco recordaba de la discusión con Jace de esa mañana. Lo que sí recordaba, probablemente inducido por los ojos del desconocido que estaba inclinado sobre él, eran los ojos de Magnus. Recordaba que era una de las primeras cosas que vio esa mañana. Recordaba haber dormido rodeado por sus brazos. Recordaba paz. Sonrió, y casi inconteniblemente, lo susurró, susurró esa palabra que lo perseguía - Magnus

Sintió como la adrenalina volvía a circular en su sangre, como su cuerpo lo instaba a que peleara un poco mas. Parecía competir con la ponzoña, intentando demorarla, intentando darle más tiempo. Soltó un quejido cuando intento moverse muy de golpe, el dolor en la herida de la espalda le hizo sentir como mil cuchilladas. Se dejó caer en el suelo y miró al extraño, sopesando la idea de pedirle ayuda. Quería intentarlo, la fiebre, trastornando su lucidez, parecía haberlo convencido. Quería, al menos, si no tenía éxito, ver una vez mas a sus hermanos, a Jace, a sus padres y a Magnus. Quería ver sus ojos una última vez, estaba seguro de que su memoria no les hacía justicia.

- Por favor - murmuró con voz ronca - Ayúdame a llegar al instituto. Por favor - le ruega, con los ojos vidriosos, en parte lagrimas debidas al dolor de la herida y en parte lagrimas de la tristeza que le suponía la temida despedida. Buscó los ojos del extraño, para rogarle e insistirle, aunque le costaba hablar. Sin embargo, mantuvo fija la mirada, esperando su respuesta e intentando no pensar que haría si era negativa, le aterraba la idea de no lograrlo y terminar allí, tirado en un callejón oscuro, muriendo solo.

De todas las cosas que podía haberme encontrado tiradas en la calle, me tengo que topar con un maldito nefilim ebrio. Me pongo en cuclillas y veo que no está muerto. Hago una mueca, porque un nefilim muerto me haría muy feliz. Le toco el cuello y sé lo que le pasa: veneno de demonio. ¿Y se preguntan por qué no son superiores? Tiene varias runas, escritas en la piel con esa maravillosa cosa llamada estela y que yo conseguiré otra algún día. Son fascinantes y puedes probar a molerlas y usarlas como ingrediente en pociones inventadas.

Y entonces, justo cuando empezaba a levantarme para mandarlo al diablo, pronuncia un nombre mágico: Magnus. Y no hay otro Magnus en todo el universo. Se rumoraba que Magnus andaba ayudando a la Clave por andar de amante de un nefilim, lo cual no era historia nueva. Suspiro. Maldita sea mi suerte, ahora tendré que portarme como subterráneo lindo y hermoso.

- ¡Qué exigente, nefilim! Te topas con un gran brujo y quieres otro. Si yo también soy muy guapo.

Me inclino de nuevo sobre él y debería maldecirme por ser tan buena onda de usar una palabra como contraseña para ayudar. Pero me pica la curiosidad. Y este chico no piensa nada coherente.

- Oh claro, llego cargándote como si fuera nuestra luna de miel y les digo que me dejen tener la noche de bodas dentro. Súper... con lo mucho que nos aman en tu adorado Instituto.

Le coloco las manos en el pecho e improviso una curación provisional. Sólo puedo detener de momento la acción del veneno, y con diez minutos me bastará. No sé con quién rayos se peleó, pero no fue alguien debilucho.

- Ahora que lo pienso, ¿y tu parabatai? Gran lealtad...

Jadeo finalmente terminando esta especie de curita absurda, y lo cargo hasta mi moto. Lo coloco al frente, sin preocuparme por su comodidad y arranco.

- Resiste diez minutos, nefilim. Vas a conocer otro gran brujo en acción.

Arranco y voy a toda velocidad hasta mi casa, ignorando el límite de velocidad y las posibles patrullas. Mi único pensamiento es salvar al conocido de Magnus para ganar puntos positivos con él, y quizá para ganar puntos positivos con el Instituto.
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Off: seguimos aquí