Tocando en casa…(Jace)

La casa de Valentina era la típica casa solariega de Idris. Una gran casa de aspecto rural, no podía negar que la casa era bastante bonita, rodeada de grandes jardines, sin embargo, cerca de la casa había un lago lleno de patos y de otras aves acuáticas. No me gustaban esos animales, con su pico, que variaban de color según de que especie se trataba, preparado para dar un picotazo cuando menos te lo esperes. No me gustaban los patos. Entré en la casa mirando al lago con desconfianza, Alec soltó una risita al ver mi reacción. Le ignoré y nada más entrar fui a buscar una habitación libre. Me instalé y no salí hasta que todos estuvieran dormidos. No quería ver a Clary, no lo soportaba.
Cuando todos estuvieron dormidos salí del dormitorio. Recorrí la casa yo solo, seguramente Valentina ya lo había hecho nada más llegar pero yo no estaba de humor para soportar un tour. Como de costumbre la casa era amplia y con grandes estancias. Una cocina, un salón, bastantes dormitorios y baños, etc. Incluso tenía una biblioteca, donde se encontraba un gran piano al otro extremo de la estancia. Las sillas y sofás estaban colocados de tal modo que cualquiera que se sentara allí podría mirar al interprete sin problemas.
Me acerqué al piano, abrí la tapa y toqué algunas teclas. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo al escuchar lo desafinado que estaba. Rebusqué en la habitación hasta encontrar lo que buscaba, me metí debajo del piano y comencé a afinarlo. No sabía cuanto tiempo había estado la casa cerrada, pero estaba claro que era mucho tiempo. A pesar de que habían abierto las ventanas, quitado el polvo y las mantas sobre los muebles se podía oler perfectamente ese aire cargado de polvo que detonaba el hecho de haber estado cerrada por mucho tiempo. Tardé un poco en terminar mi tarea a mi gusto y cuando terminé al fin me levanté del suelo sacudiéndome el polvo de la ropa. En ese momento escuché una suave melodía, casi melancólica. Guiado por la música legué al salón donde encontré a Valentina con su violín. Llevaba un camisón negro, unos calcetines de lana del mismo color y con su cabello ondulante cayéndole por la espalda. Tenía que admitir que la chica era guapa y me daba cuenta que si Clary nunca habría aparecido en mi vida, tal vez hubiera intentando algo con ella si me hubiera llamado la atención lo suficiente, y ahora ni me molestaba en esas cosas. Esa mujer había hechos grandes cambios en mí y no sabía si me gustaba o me disgustaba.
No se había dando cuenta de mi llegada, así que cuando terminó me decidí a hablar.
-Muy bonito y bastante melancólica en mi opinión. - seguía con la ropa de viaje y ahora estaba más llena de polvo por estar en el suelo. -Si vas a preguntar: He estado afinando el piano y te recuerdo que me debes un dueto. -esperaba despertar a todos y supieran lo que era verdadera música. Que quisiera hacer tal cosa era desquitarme con los demás por el enfado que todavía arrastraba desde esta mañana, pero si encima molestaba a la gente haciendo algo que realmente me gustaba era increíble, por lo menos algo que no era matar a demonios. Puede que Valentina se diera cuenta de mis intensiones, sin embargo iba a tocar con o sin ella acompañándome.

La chica al escuchar mi voz dio un saltó, sonreí a medio lado al ver tal reacción. No era raro que no me escuchara llegar, primero era bastante silencioso y se debía a mi habilidad nata para ser un cazador de sombras y la segunda, que era la más lógica y probable aunque la primera también fuera importante, era que la joven estaba tan metida en su mundo con la música que no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. No sería la primera vez que le pasara, ni la última. Sabía lo que se experimentaba cuando la música de transportaba a un lugar totalmente diferente, lejos de todos los problemas. Agridulce, sin duda era esa sensación. Tocar por todo aquello que sentías y al mismo tiempo desear quedarte aunque estuvieras expresando el mayor de los dolores. Contesté a su pregunta antes que terminarla de formularla. Mis acciones no era las más comunes, no me dedicaba a registrar la casa de los demás y afinar los pianos si es que tenía alguno. Pero ya que nuestra estancia iba a ser bastante larga, mejor preparar la casa a mis gustos y dudaba mucha que a Valentina le importara que cuidara y mimara un poco el piano.
Tras informarle sobre lo que había estado haciendo se acercó a mí y dejó a mi libre elección la melodía para tocar. Me había quitado la cazadora, que en aquellos momentos reposaba sobre el respaldo de la silla de mi habitación. Me remangué las mangas un poco más hasta los cómodos. Me sentía algo más cómodo así aunque tampoco le daba mucha más importancia. Pasé mis dedos en mi pelo para hacerlos hacía atrás para que no me incordiaran. Acaricié las teclas del piano antes de comenzar a tocar. La melodía era suave y lenta, donde el violín sería el protagonista y acompañaría al piano dándole mucha más vida a la melodía. Ya había escuchado a Valentina tocar, así que sabría que no me decepcionaría aunque no fuera muy común la canción. Lo que comenzaba a tocar no es que se alejara mucho de la melancolía que ella había puesto antes. Me dejé llevar por las emociones que sentía, pero no las de enfado que esas eran las que precisamente sentía, sino por aquellas que guardaba en mi interior. El deseo de estar con esa persona y no poder estar con ella, estar con ella que solo me separaban unos pocos metros para ir a por ella abrazarla y dormir juntos. Tan sencillo y tan difícil como hacer eso.
Nada más tocar volvía a crear esa burbuja que me perseguía cada vez que mis dedos se movían por el marfil de las teclas, pero esta vez esperaba el sonido del violín acompañándome. En una melodía deliciosa que me llevaba a crear situaciones, recordar imágenes o crear fantasías.

Por un momento solo se escuchaba la música que provenía del piano, y a medida que la canción avanzaba lentamente Valentina comenzó a acompañarme. Si antes la música me había dejado en mi mundo, ahora todavía más. No podía negar que la chica se le daba bastante bien, lo suficiente para que yo pudiera cerrar los ojos e imaginarme todo aquello que tocaba su música. Eso parecía que se decía que era entender la música de los demás, tal vez me resultara más sencillo por el hecho que sentimientos parecían se estaban encontrando gracias a la melodía.
En situaciones normales nadie hubiera sabido como me sentía, se necesitaba muchos años a mi lado para saber como me sentía realmente y cuales eran los motivos de mis acciones. Años de conocerme y comprender las cosas que hacía, y no era sencillo. Mi parabatai había tenido esos años, igual que todos los Lightwood, que se había convertido en mi familia al adoptarme. Pero claro, lo habían hecho pensando que era el hijo de Michael Wayland. En un principio Maryse se había comportado con desconfianza conmigo pero después me había explicado todo, que porque lo había hecho y también me confesó que cada vez que veía a cantarme la canción yo ya estaba dormido. Al descubrir aquello me sentí mejor, mucho mejor. Ese amor que procesaba a mi familia adoptiva impregno la melodía, en su parte cumbre y fuerte. Puede que Valentine fuera mi padre, pero Maryse era mi madre. Al pensar en él la melodía volvió a bajar de tono, más suave e igual de melancólica. Una parte de mí lo quería y por la otra le odiaba.
Mientras que la música llena la estancia, pasé por mis mejores recuerdos de la infancia que eran pocos pero eran lo bastante buenos, recordé el supuesto asesinato de mi padre, la llegada al instituto de Nueva York, cuando le pedí a Alec ser mi parabatai, la ceremonia que nos uniría, los momentos que hemos estado rozando la muerte pero estando juntos, cuando esa chica apareció, las veces que me salté la ley por ella, lo que mi padre nos dijo sobre nuestra condición, cuando intento matarla más de una ocasión junto con la chica licántropo y el mundano recién convertido en vampiro, la corte seeline, el beso y el mensaje que le envié cuando llego el momento y ella nos cedió su ayuda como había prometido.
Todo mezclado en un remolino, hasta que la canción fue acabando igual de lento que como empezó. Se podría decir que esa chica sería la única que podría comprenderme a través de la música, aunque Alec también lo hacía y disfrutaba viéndome tocar porque como según lo que decía él, era el único momento como si dejara de cargar todo sobre mis espaldas. Dejando fluir todo lo que sentía hacia afuera con la música. Por eso él me veía mucho más tranquilo, más feliz tocando. Al acabar el dueto por fin, miré a Valentina tras unos segundos para volver a la realidad. Enarqué una ceja pero suspiré cansado, no podía culparla. Hacía años que yo no lloraba, pero eso no quitaba que algunas veces deseara hacerlo, simplemente ya no podía. Las últimas veces que había llorado fue cuando mató a mi halcón y con su muerte me di el lujo de derramar un par de lagrima pero de resto nunca más había vuelto a llorar. Me levanté y le limpié la mejilla derecha con mi mano. No dije nada al respecto, no había motivo para hacerlo. La miré.
-¿Por qué te pusieron Valentina? -le pregunté. Su nombre era el femenino del nombre de mi padre. De algún modo al pronunciar su nombre me recordaba en algún momento a él. No es que se pareciera ni nada parecido, simplemente era el nombre.

Al bajar el violín me ignoró por completo, más bien me parecía que no se acordaba de mi presencia en aquellos momentos. No la culpaba, yo también solía quedarme de ese modo tras acabar de tocar, al ver la lagrima caer por su mejilla le pasé la palma de la mano por ella para quitarle la lagrima. Valentina se sonrojó y bajó la mirada al suelo. No dije nada al respecto, no tenía derecho de decir nada sobre sus lagrimas, y su reacción cuando le limpié la mejilla era más que clara. Podría llorar todo lo que quisiera, yo no era nadie para comentarle.
Le pregunté por su nombre y eso no pareció mejor su estado de animo y para ser sinceros el mío tampoco. Le miré de forma sombría a medida que su postura cambiaba. Se acercaba demasiado al fuego que había en la chimenea y apretando sus puños. Contestó a mi pregunta, no sin antes demostrar el odio que salía de sus labios por cada palabra, por cada letra. Era notable el odio que sentía por mi padre. Seguí mirándole de forma sombría por su reacción.
-Tus padres pertenecían al circulo ¿o me equivoco? -me giré y volví a tocar el piano, esta vez fragmentos de melodías que iba conectando, saltando de una o otra. Sin que quedara alguna clara. -¿Qué le sucedió a tus padres? -pregunté.
Que me contestará o no era elección suya. Pero si que sentía curiosidad, yo era consciente de lo que mi padre era capaz de hacer a las otras personas. De lo que me había hecho a mí, y también lo que le había hecho a su propio parabatai cuando se convirtió en subterráneo, esto lo sabía por la misma boca de mi padre que me lo había comentado y Clary había completado cuando le pregunté sobre el tema. Y todos sabían lo que estaba haciendo en estos momentos. La clave no tardaría mucho en llamar a los nefilim mayores de edad para que fueran a la reunión y decidir que movimientos tendríamos que hacer contra Valentine. Que hicieran lo que le diera la gana, conocía a mi padre era cierto que quería acabar con la clave, pero también quería una raza más pura de cazadores de sombras. Y lo iba a conseguir si la Clave fuera tan necia de entrar en su juego, cosa que seguramente haría. Los de la Clave a veces eran tan idiotas que no eran capaces de ver más allá de sus narices.
El resultado de que llamaron a todos los cazadores mayor de edad a las reuniones significaba que en la casa nos quedaríamos únicamente: Max, Izzy, Clary y yo. Sabía a la perfección que Alec iría, estaba más entusiasmado por ese hecho, sin contar que, podría decirnos lo que realmente pasaba. Sin maquillarlo como lo habría hecho Maryse en una situación incómoda. No lo haría adrede, solo se guiaba por sus sentimientos maternales para protegernos. Oficialmente nos dejarían a nosotros cuatro allí, a no ser que Valentina se quedara en la casa. Lo más probable es que si no lo hiciera Clary y yo acabaríamos matándonos. Típicas peleas de hermanos dicen. Izzy y Alec sabía lo que me sucedía con Clary, pero aún así intentaba fingir que no pasaba nada.
Miré de reojo a Valentina, a la espera de que me contestara a mi pregunta, bueno, a las dos. No me molestaría en nada de lo que me dijera. Mi padre era el creador del círculo y el que había matado, o mandado a matar a muchas otras personas. También era culpable de experimentos extraños, cosa que explica los poderes de Clary y tal vez los míos y sobre todo, por torturas. Un buen expediente de padre, le darían la medalla del mejor padre maltratador de la historia.

Seguía tocando, de vez en cuando miraba al teclado, pero podía tocar sin mirarlo. Al afirmarle que sus padres eran del circulo ella asintió pero en ningún momento me miró. Supongo que tendría el típico miedo de hablar mal del padre de un “amigo”. A mí eso nunca me había afectado, si el padre de alguien era un borracho ludópata pues lo era. Por desgracia los hijos solían cargar con esa clase de cosas, aunque claro, no deberían porque ellos no eran culpables de las acciones de su padre. Pero no era el único al que le daba igual decir la verdad sobre esa clase de cosas. Al fin y al cabo me habían dejado claro que era el hijo de un asesino y que se sentiría orgulloso de mí. Yo no la había asesinado, ella había bajado la guardia y con ella en medio yo no podía ver nada. Por eso la Inquisidora casi murió en mis brazos y con esa frase en los labios. Yo no era como él, aunque a veces lo sintiera porque veía que destruía a Clary y a Alec. Nunca me había importado ser temerario, mi vida siempre me había importado poco, pero todo eso cambió. Había probado exactamente lo mismo que yo les había dado a mis hermanos, me pagó con la misma moneda, pero una mucho peor.
Levanté la vista cuando se acercó al piano y se sentó encima de él. No le dije nada, tampoco me molestaba. Primero, no era mi piano, segundo no era mi casa y tercero realmente no me importaba. El piano podía soportar algo más que el simple cuerpo de una chica menuda como ella. Cruzó sus tobillos y suspiró de tristeza antes de comenzar a relatarme lo sucedido. Una historia de lobos... Bastante emotivo para ser cierto e irónico. Comencé a analizar la situación, no me sorprendía que pudiera haber hecho varios planes respecto a eso, con tal de salirse con la suya. Era bien sabido el desprecio que sentía mi padre por los subterráneos, pero a veces podía tragarse ese orgullo y exigir o contratar servicios de ellos. Como al mago que le sacó toda la sangre, que primero lo usó para convocar a un demonio y después matarlo. Yo mismo me había enfrentado a ese demonio, dos veces. La primera me había dejado inconsciente y yo me encontraba en la ciudad de huesos, y la segunda vez gracias a la runa que me había aplicado Clary había derrotado al demonio. Simplemente desapareció al darse cuenta que su poder no funcionaba, después de eso la runa desapareció como era de costumbre. La voz de la muchacha transmitía todo el dolor que tenía por dentro, no había dejad de tocar en ningún momento, saltando de una canción a otra. Yo levanté el rostro cuando ella lo bajó, sus ojos estaban al borde de las lagrimas y detonaban tristeza. Comenzó a disculparse conmigo y yo sonreí a medio lado. No con alegría, sino más bien con amargura.
-Sí, tienes razón, es mi padre. -le dije cambiando de nuevo de canción. -Pero no cambia el hecho de que sea mala persona. -me levanté del piano y me acerqué a los libros, la cual la gran mayoría había leído desde pequeño. -Quiero a mi padre. -dije de manera firme. -Él fue quien me enseñó a amar la literatura, me hizo aprender muchos idiomas, latín y rumano entre ellos. Como matar a un demonio sin acercarte más de tres metros de distancia, como empuñar una espada y su mantenimiento. Como degollar a un hombre lobo y como atravesar el corazón desde la espalda en una única perforación. -me acerqué a ella y coloqué mis dos brazos a cada uno de sus lados. -Me enseñó a navegar, a orientarme, me enseñó a tocar el piano y amar la música, enseñándome que con ella podía hacer doblegarse hasta el más fiero de los hombres. -estaba a centímetros de ella por la inclinación de mi cuerpo. Mi tono no era tranquilizador, sino un tono enfadado y lleno de rencor, casi amenazador. -Me hizo todos los caprichos que quería. Arma que quería, al día siguiente la tenía en las manos, libro que deseaba, también. Deseos de niños pequeños, también. “Amar es destruir y ser amado es ser destruido”, me dijo. Él fue quien me hizo lo que soy, el me enseñó a sobrevivir. -la miraba a los ojos. -Aun así, le odio tanto. -quité mis brazos de alrededor, que parecían una jaula. -Puedes hablar de él como quieras, estás en todo tu derecho, al igual que yo.

-No me incomoda. -le dije con suma tranquilidad. -Ya te he dicho que puedes hablar de él como te de la gana. -di unos pasos atrás para que la chica no se sintiera tan incomoda en mi presencia, al fin y al cabo hace unos momentos había suprimido bastante la distancia entre los dos, invadiendo su espacio personal. -No me importa como hables de él. -le aseguré de nuevo. -Si lo hubieras dicho cuando yo creía que mi padre era Michael Wayland, seguramente si me hubiera enfadado, a pesar de que sus métodos de enseñanza fueran a golpes. A pesar de todo eso, le quería. Había hecho un hombre de un crió. -se la veía algo arrepentida por sus palabras, triste o algo. Yo más no podría decirle. -No le odio por las cosas que hizo en mi infancia, sino por las que ha hecho desde que sé que es Valetine. Ha matado y a intentado matar a Clary, en todas las ocasiones he estado presente y he sido yo quien le ha detenido. -sabía a la perfección que en todas esas ocasiones no se iba a detener, la hubiera matado si yo no lo hubiera detenido. Incluso le había acusado de eso, y él había intentando convencerme de todo lo contrario, que nunca haría daño a mi hermana. Parecía que seguía viéndome como un crió al cual podía engañar con tranquilidad, pero hacía tiempo que había dejado de ser un niño pequeño e indefenso que solo con una pequeña representación se le podía engañar. Había soñado muchas veces como la sangre de mi padre manchaba la punta de mis botas, mejor dicho era un recuerdo. Lo único que recordaba.
Crucé los brazos y la miré.
-Tal vez sea cierto que a tu familia los mataron los hombres lobos. No te equivoques, -dije antes que pudiera dejar nada al respecto o pensar que le estaba defendiendo. -es cierto que mi padre es conocido por su hipocresía, que odiando a los subterráneos los contrate para llevar acabo sus planes, pero con el tema de los licántropos es diferente. -le comencé a explicar. -Tal vez, si le tendiera una trampa para que ellos lo mataran, pero que en si no participó en el asesinato, ¿que tuvo que ver? Claro. -a estas alturas ir a lo delicado no servía. -Pero a las criaturas que más odia es a los licántropos. Mi abuelo fue masacrado por ellos, y por lo que tengo entendido cambió a lo que es ahora desde ese momento. Sin contar que su parabatai se convirtió en uno y le dio una daga para que se quitara el mismo la vida. Tampoco hace falta decir que no lo hizo, y actualmente es el jefe de la manada de Brooklyn. Seguramente Clary te ha hablado de él, es lo más cercano a un padre que tiene.-no estaba defendiendo a mi padre. Solo quería que comprendiera un poco más como había sucedido las cosas, si es que hubiera pasado de ese modo. Teniendo en cuenta que eran hombres lobos, lo mas probable es que les hubiera tendido una trampa, diciéndole una información falsa para que se arriesgaran y fallecer allí. -Ese método no lo uso con tu familia al parecer, por lo que me han contado y por lo que le escuché a la Inquisidora, Stephen Herondale, su hijo también murió de una forma parecida cuando fue junto Valentine. -se lo explicaba, tal vez no le serviera de consuelo, sino todo lo contrario, pero me parecía que la chica se lo merecía de algun modo, ya que parecía sufrir cada minuto de su vida por lo sucedido. Lo menos que podía hacer es explicarle más o menos como tuvieron que suceder las cosas. Siempre era mejor saber que vivir con la duda, aunque el conocimiento, en estos casos, doliera.

A lo largo de mi explicación la muchacha no dijo ni una sola palabra, tampoco le pedí opinión sobre ello, tampoco la necesitaba, ya me esperaba más o menos lo que me diría y para llenar mis oídos con palabras que ya me esperaba pues mejor dejar todo como estaba hasta ahora. Tampoco se me había pasado el efecto de mis palabras en la joven, era normal que le hicieran daño, pero la misión de esto no era que se sintiera mejor, sino que conociera la verdad. Era lo mínimo que alguien se merecía, aunque la verdad fuera horrible y peor que la mentira. Ella asintió cabizbaja cuando le comenté sobre Luke, al parecer si que había escuchado de él o Clary se lo había mencionado, no estaba claro. Pero desde que se había convertido en el jefe de la manada de Nueva York estaba en boca en boca entre los subterráneos y sin contar su “bella” historia con la madre de mi hermana. Hace un par de meses si que podría haber criticado sus acciones, que era bastante lamentable entregar todo a una persona que nunca le va a amar y que nunca le amo, pero claro, ahora me encontraba en la misma situación que él y Jocelyn estaba en un estado bastante lamentable, pero estable para defenderse. A lo mejor amaba al hombre lobo, pero a estas alturas. Terminé el tema con la mención de la Inquisidora y eso pareció la gota que colmó el vaso, porque nada más acabar ella se bajó del piano y se acercó a la ventana.
Ya allí la abrió y dejo entrar el aire tan puro de Idris. Una suave brisa revolviendo tanto camisón, su cabello y el mío. Me pasé las manos por el pelo para hacerlos hacia atrás nuevamente. Apretaba los puños y se había quedado completamente quieta delante de la ventana. Me acerqué a ella cuando vi el pequeño hilo de sangre que se le escapaba entre los dedos. Le cogí una mano y saqué la estela, se la puse en la muñeca y le dibujo una runa curativa.
-Creo que es mejor que te vayas a dormir, Valentina. -le dije comprobando que las heridas de las manos comenzaban a curarse al mismo tiempo que la luna iba desaparecieron, dejando una fina cicatriz en su lugar. -Y deja de culparte, aunque hubieras ido con tu familia hubieran muerto igual y tú junto a ellos. -guardé de nuevo la estela y esperé a que dijera algo.

Cuando guardé la estela, le limpié las lagrimas meditando su pregunta. Sabía porque se lo había dicho, y para mí era más que evidente. Veía esa misma cara cada vez que me levantaba desde que me había enterado que era hermano de Clary. La diferencia, es que yo sabía mantener todo eso bajo control, por lo menos la gran mayoría de las veces a no ser que suceda algo que me impresione o me enfade de verdad. Como bien tendría que recordar la chica que tenía delante de mí, porque antes de venir había perdido los nervios por un mensaje de texto de mi hermana. Eso me había sacado totalmente de mis casillas, para una cosa que podía hacer bien ese demente y lo había estropeado dejando de salir con ella. No sabía los detalles, no sabía si él había cortado con ella o ella con él, me daba igual, tendría que haber sido mucho más inteligente para convencerla en el segundo caso y en el primero no haber dicho nada. No era tan difícil, tenía que retenerla en Nueva York, pero ni si quiera era capaz de mantener a raya a una chica con pinta de duendecillo mundano. Para decir la verdad, yo tampoco podía y eso me gustaba y desagradaba al mismo tiempo.
Volví al presente, mirando a la chica. La miré a los ojos de manera seria. A estas alturas no valía la pena callarme las cosas, no es que lo descubriera tarde o temprano, tal vez si hablaba con Alec, cosa que dudaba. Pero el semblante que tenía era casi rallando la desesperación y el miedo, por lo menos lo interpretaba de ese modo, ya que por lo que parecía había tocado un tema que ella quería ocultar, sobre todo por la pregunta que me había dicho.
-Porque cuando te miro, me recuerdas a mí con diez años, cuando llegue a Nueva York. -le expliqué. -Como ya te he dicho quiero a mi padre, y lo vi morir delante de mí cuando tenía diez años. Lo único que hice fue esconderme debajo del hueco de la escalera, la sangre me salpicó las botas. Lo único que pensé fue: ¿Por qué no era más fuerte? ¿o más valiente? Solo tendría que haber desobedecido las ordenes de mi padre y enfrentarme a esos dos. -me encogí de hombros. -Pero ahora eso no vale nada, los dos que “mataron” a mi padre están muertos, y mi padre “muerto” está planeando ahora mismo la aniquilación de toda nuestra raza según su juicio de pureza. -puede que también me sintiera culpable desde que sabía que Calry y yo éramos hermanos, pero me recordaba más cuando había llegado a Nueva York. Un niño poco amigable, que poco a poco comenzó a querer a todas los miembros de los Lightwood, haciendo un amigo por primera vez que al final se convertiría en su parabatai. -¿Alguna pregunta más? -le pregunté. Tal vez querría preguntarme alguna otra cosa respecto a lo que le había dicho.

Me límite a ignorar el color que había obtenido sus mejillas. No sabía porque, pero suponía que era la mezcla de todas las emociones que estaban sintiendo en aquel momento. Supuse que tenía que ser extraño que el hijo del hombre que querías matar pudiera entenderme algunos de los sentimientos que tenías, que porque hacías algunas cosas, el motivo de porque te sentías de una manera u otra. Tenía que ser bastante perturbador, pero solo lo suponía y me lo podía imaginar. Al fin y al cabo yo era esa persona que la perturbaba en aquel momento. A mí no me molestaba hablar de la muerte de mi padre o de la supuesta muerte de mi padre, porque ni él era un Wayland ni yo huérfano. Todo un descubrimiento que he odiado con todas mis fuerzas. No sabía porque mi padre me había hecho creer eso, aunque él decía que para protegerme, pero tampoco me lo creía demasiado. Tampoco quería saberlo aunque me hacía una idea del motivo, el cual me parecía repugnante y claro estaba, me hacía daño.
La chica hizo un par de movimientos que hicieron que enarcara la ceja, pero no dije nada. Ella sabría lo que estaba haciendo, ademas era yo el que necesitaba tener algo entre las manos, como en aquel momento, que no había podido evitar sacar de nuevo la estela y comenzar a darle vueltas entre mis dedos. Le pregunté que si quería preguntarme algo más y ella asintió parecía mucho más tranquila, pero yo parecía estar muchas veces así aunque quisiera hacer pedacitos a alguien o irme a cazar sin ningún tipo de ayuda y con suerte sentir algo de dolor para sentirme mínimamente vivo. Me había colocado la mano en el hombro acariciándolo, no lo aparte. Le sacaba un par de centímetros a la muchacha. Me preguntó que si quería un té, justificando que ninguno de los dos podríamos dormir todavía y se fue. No miré como se iba, solo clave mi vista a la ventana donde entraba una suave brisa que mecía las cortinas coloridas de amarillo por el paso del tiempo. Podía escuchar a Valentina haciendo cosas en la cocina. Me acerqué a la ventana, coloqué las dos manos en el alféizar y saqué mi rostro por la ventana y aspiré con fuerza el olor de Idris. El olor a casa, al hogar que tanto había echado de menos y que no podía disfrutar por la situación que estábamos viviendo y la presencia de Clary allí. Tendría que estar segura en Nueva York, no metía en medio del problema en Idris. No quería que la Clave supiera de su existencia y de lo que podía hacer. Volví a coger aire y cerré la ventana, no era conveniente dejar las ventanas abiertas. Salí del salón para ir directamente a la cocina, la verdad es que si me apetecía algo que tomar. No había comido nada desde la manzana de esta mañana y el té me vendría bien. Ya por la mañana desayunaría como el ángel mandaba.
-¿Qué té es? -le pregunté cogiendo el bote de té para comprobar que no fuera Earl Grey, pero dejé el bote en su sitio cuando vi que era simple té negro. -No me gusta la bergamota. -le dije simplemente antes de sentarme en la silla de la cocina después de colocar el té. La observé atentamente como preparaba el té. -¿Estás más tranquila? -le pregunté. Era lo menos que podía hacer cuando yo era el culpable de su malestar, aunque no lo había hecho con esa intención. Verla desenvolverse por la cocina me hizo pensar en Izzy, que no era capaz ni de freír un huevo frito sin ponerle cosas extrañas. Era pésima para la cocina. Si cocinaba y se lo dábamos a los demonios estos seguros que se irían de nuestro planeta y no volverían más y nosotros nos quedaríamos sin trabajo.

La miré rozando la desconfianza, pero no se me notó en el rostro, ella sabría lo que hacía y consideraba que ya había hecho más que suficiente por esta noche. Miré té, de un color marrón oscuro. Valentina había hecho y servido el té, lo único que yo sabía hacer en condiciones y que me sentía orgulloso era de mis sandwiches de queso, era más que exquisitos. No pude evitar imaginarme de nuevo a Izzy en la cocina, seguramente en lugar de la chica que estaba delante de mí hubiera prendido la cocina en llamas.
-No dejes cocinar a Izzy. -le advertí. -En serio, no quiero que prenda fuego la casa por error. -aunque estando Maryse dudaba mucho que tuviéramos esa clase de problemas, ella era capaz de cocinar algo rico en poco tiempo y con el mínimo esfuerzo. Por eso mismo no se molestó en enseñar a cocinar a su hija, aunque dudaba mucho que ella, a estas alturas le interesara algo la cocina. Su dedicación era matar demonios.
-¿Verte así como? -le pregunté después de un rato que me contestara enarcando una ceja. -¿Te refieres a verte llorar? -dije con incredulidad y con una sonrisa en los labios, pero no una de alegría sino más bien cansada. Cogí la taza y me la llevé a los labios, té ardiendo me bajo por la garganta, pero no me molesto. Más bien me sirvió para despertarme. -Para nuestra desgracia, seguimos siendo humanos. -puede que fuéramos los elegidos de Raziel, de los ángeles para luchar contra el mal, pero vamos a ser sinceros. Si Jonathan, el primer cazador de sombras, no lo hubiera invocado y pedido el favor este planeta ya estaría muerto desde hace tiempo.
En ese momento la chica me tendió una manzana. Cogí la manzana y la examiné por unos momentos. Completamente roja, una fruta que era totalmente de Idris. Saqué una daga, la daga que mi padre me dejó para ser exactos y comencé a pelar la fruta.
-Gracias. -La piel de la manzana caí en espiral y cuando la hube pelado, la corté en varios trozos, quitándole el corazón. -Si quieres coge. -dije cogiendo una porción y comenzar a comérmela. No quería verla, seguía demasiado enfadado para aguantar su presencia en la misma sala que yo, ya era más que suficiente con saber que estábamos en la misma casa. Es que era tan... Ahora tendría que estar atento a ella para que no se meta en líos y no vaya perdiéndose por ahí o saltándose las leyes sin que saber que se las está saltando. No sabía nada de nosotros, solo lo básico, pero para estar aquí no era necesario saber solo lo básico tenía que saber como mover y como pasar desapercibida... Por el ángel, incluso con su ropa llamaba la atención.

-Que digas precisamente eso tú resulta irónico. -le dije dando un sorbo al té. -¿Acaso no eres tú la que se priva de llorar? Una experiencia totalmente humana y que nos hace especiales. -tras decir eso le di un mordisco a mi manzana. No me molestaba ser humano, pero sabía perfectamente que yo era algo más que un puro humano. Aunque fuera un cazador de sombras no era normal que sea capaz de saltar nueve metros, tampoco es normal caer de las alturas que yo caía y no sufrir ningún daño. Para algo baje aquella vez toda la fachada del instituto con las manos desnudas. A estas alturas no me consideraba demasiado humano y por lo que había dicho Valentine lo daba a entender. Como si no fuera suficiente castigo todo aquello.
De pronto me preguntó que si quería una tortilla francesa. La miré por unos segundos antes de contestar.
-Si te apetece cocinar a estar horas, no la rechazaré. -la verdad es que tenía hambre, podía haber pasado la noche perfectamente con el té y la manzana, pero si la chica le apetecía hacer una tortilla no se lo iba a impedir. Sin contar que yo mismo tenía manitas para hacerme la cena si me apetecía. -No me apetecía bajar a cenar entre tanta gente. -le dije simplemente. Ella sabía porque no había bajado, todos lo sabían, no era estúpidos. Ni si quiera la que había causado ese mal estar en mí. Todavía me acordaba esta mañana como me había llevado un trozo de pared del instituto y Valentina se había llevado la mano rápidamente al cuchillo serafín. Hubiera estado bastante divertido si hubiera estado de otro humor. Gracias a Alec me había tranquilizado bastante aunque el enfado me duraba lo suficiente para no haber salido hasta ahora de mi dormitorio. -Cualquiera que no sea Izzy me tranquiliza en la cocina. -dije sin más. Me comía la manzana a mi ritmo, sin preocupaciones mientras que veía como se desenvolvía en la cocina. No era la primera, ni sería la última que me fuera a la cama sin comer, de hecho alguna que otra vez había pasado varios días sin probar bocado, solo picoteado por ahí.
Los únicos que entendían mi enfado eran Izzy y Alec, los demás estaban totalmente perdidos de porque estaba con ese humor de perros. No podía hacer nada, me ponía mal.

Al escuchar mis palabras sonrió a medio lado para después darme la razón. No hacía falta, ya sabía que la tenía. No era nada nuevo para mí, me explicó porque no podía permitirse el lujo de llorar. La entendía, pero también lo veía algo innecesario, tal vez.
-El dolor que más duele es el de la familia. -por lo menos para nosotros, los cazadores. Vivíamos constantemente alerta, sabiendo que con cada salida de los nuestros es probable que ninguna más vuelvan. -Por llorar por tu familia no van a pensar que eres débil. -le dije. -Yo no te veo débil, frustrada, tal vez, débil no.
Rara vez mentía, rara vez. Podían preguntarme lo que fuera que siempre te diría la verdad por muy horroroso que esa, aunque a veces esa verdad podía interpretarse de bastantes maneras y eso ya eran matices. Como por ejemplo cuando le dije a Clary una hora equivocada, puede que fuera mentir, pero tal vez le estaría dando el horario de Alaska en vez del horario de Nueva York, no le estaba mintiendo, le estaba diciendo la verdad, pero con diferentes matices.
Nada más aceptar la invitación para comer de Valentina, esta bajó de la mesa y comenzó a preparar la tortilla. Levanté la vista de la manzana por sus palabras, era el último trozo. Enarqué una ceja, pero no dije nada mientras ella cogía un plato y me servía la tortilla. Se sentó en la silla continúa a la mía, no aparté la mirada, no había necesidad.
-No tenía que estar aquí. -dije en tono seco. Cogí el tenedor y comencé a cortar la tortilla y por culpa del queso me vi obligado a coger el cuchillo para separar los trozos. -No quería que estuviera tan cerca ni de la clave ni de nuestro padre. -el tono de mi voz era oscuro. -Es una chiquilla temeraria y necia, que no piensa antes de hacer las cosas. Ya tengo bastante como para ir detrás de ella para que no la maten, es agotador. Otro gallo cantaría si tuviera nuestro entrenamiento, pero ni lo tiene ni lo quiere, así que, solo se convierte en un peso muerto. Alec la salvaría porque mi hermana y porque es su deber, yo porque es mi hermana, e Izzy porque es la primera amiga que hace aunque le cueste admitirlo. Los Lightwood, mi familia, no tienen que cuidar de la necia de mi hermana, sino yo. -pinché un trozo de tortilla y soplé un par de veces antes de metérmelo en la boca. Sabía mayormente a queso, no podía negar que estaba rico. -Y tampoco hay que ser un genio para darse cuenta que estoy molesto. -obviamente había ignorado por completo el doble sentido de mis palabras, pero lo más probable es que ella lo interpretara como que no había entendido a que se refería, porque eso era lo que quería. No solía mentir, pero no quería decir que fuera un santo que no mintiera. Sin contar que padre me había enseñado a actuar de una manera totalmente fantástica. -Casi pierdo a mi parabatai por estar protegiéndola a ella, y ahora que estamos oficialmente en guerra, no quiero tener un lastre encima. -me llevé la mano al pecho, donde estaba la runa de parabatai, todavía estaba grabado a fuego el malestar que había sentido cuando Alec había estado a punto de morir, grabado a fuego como nuestras runas sobre la piel.