Tarde de practica…. (libre)

Se dibujó un par de runas, entre ellas una de invisibilidad, llevaba apenas unos pocos meses en América y Nueva York seguía sorprendiéndola. Bien, bien, no era la meca de la arquitectura o la cultura occidental, pero os mundanos allí distaban increíblemente de los europeos a los que tanto estaba acostumbrada. Ya había recorrido la ciudad, los alrededores y los lugares que más le interesaban, aquellas zonas en donde pudiera estar sola para entrenar. No se sentía preparada para entrometerse en la vida de los nefilim del instituto de la ciudad. Se sentiría como una intrusa más y detestaba esa sensación.

Vestía una cazadora negra con capota, que llevaba cubriéndole los rizos que le caían grácilmente, un pantalón negro ajustado y un par de botas, todo con un sinnúmero de cinturones para sujetar sus armas. Corrió al bosque a las afueras de la ciudad. La atmósfera aún era fresca y el sol no empezaba a calentar la tierra. Se sentía a gusto, sola, lanzando dagas a los árboles, era casi catártico, no estaba enojada, no sentía ira, ni estrés, pero sabía que algo le faltaba y esa sensación casi le estaba taladrando las entrañas. Había dejado otro hogar para satisfacer a su madre y tenía que buscar la forma de volver a encajar.

Corrió entre los árboles lanzando dagas a los troncos que parecían más lejanos. Casi choca con un cuerpo negro y de forma esbelta. Estrelló el talón de su bota contra la tierra para frenarse y contuvo un grito justo antes de detenerse detrás de la chica que sostenía un fino arco. Alzó las cejas y se incorporó de nuevo mirando el modo en que sus extremidades se asían a la flecha y sus dedos templaban la cuerda. Bianca ladeó la cabeza y se posicionó al lado de la chica – Puedes bajar la altura del codo – comentó con tranquilidad después de ver las runas le que recorrían las manos hasta esconderse dentro de su chaqueta, se encogió de hombros y miró nuevamente a la joven.

La chica, Valentina como le había dicho, tenía un semblante dulce, lucía como una persona que te contaría sobre su vida sin la más mínima duda sobre tus intenciones, pero lucía también como alguien que podía derribarte con una flecha de ser necesario. Observó el ademán de ofrecerle la mano y Bianca no se dio cuenta de que ella misma se la estaba estrechando con relativa calma y sin ningún atisbo de recelo hacia Valentina, esto tal vez atribuido a la expresión alegre, casi risueña y cálida de la chica, que le recordaba a los años que había pasado en Italia, donde todos al parecer querían ser como su familia y le dedicaban gestos amorosos sin importar las contadas veces que se habían visto.

– El gusto es mío – respondió Bianca con hilo de voz – Soy Bianca – afirmó, le daba gusto que su nombre no diera lugar a diminutivos que pudieran llevar a un trato afectuoso, no era el tipo de persona que confiaba de buenas a primeras, a menos, claro que se tratara de otros Cazadores. Todos hacían un juramento y crecían para defender a los mundanos de los demonios y mantener en buenos términos las relaciones con los submundos.

Bianca dejó caer la capota de la cazadora, dejando que el viento la refrescara después de pasar tanto tiempo corriendo. Algo dentro de ella se encogió al darse cuenta de lo poco que sabía sobre hacer amigos y entablar una conversación, por un momento la ansiedad que le apretó el pecho le dijo que siguiera corriendo y lanzando dagas, como si no necesitara de nada ni nadie, pero tampoco quería ser una maldita con una chica que parecía perfectamente buena como la que tenía en frente.

Giró la cabeza para ver la flecha que la joven había lanzado y que Bianca había previsto. Le dio una rápida mirada al arco y asintió – ¿Es tu arma de preferencia? – de ser así, Bianca casi sentía envidia por ese tipo de guerreros que casi tenían una relación de fidelidad y lealtad con sus armas preferidas, mientras ella usaba la que primero encontrara y con las que pudiera, cargar, era buena con todas, pero excepcional con ninguna, se fiaba más de sus extremidades y su cuerpo que de sus dagas y cuchillos.

Eso era lo que a Bianca le parecía casi encantador en los guerreros, la expresión de las personas cuando un objeto era significativo en sus vidas, mientras ella vivía desprendida de todo y todos, la única con la que siempre estaba era con su madre, pero la relación de ambas se hacía cada vez más fría y se alejaban y ahí estaba Valentina, mirando su arco como si de una persona se tratara, el afecto podía sentirse destilar de su mirada, como si fuera algo invaluable y probablemente lo era.

Ladeó la cabeza mirando a Valentina y asintió una vez expresando entendimiento. Desvió la mirada del rostro casi dulce de Valentina a su mano izquierda donde tenía la daga que iba a lanzar y se hizo consciente de que aún la tenía sostenida con fuerza. Relajó los tendones de la mano y guardó la daga en uno de los compartimientos de su cinturón, luego negó con la cabeza – No relamente, soy mejor en el combate cuerpo a cuerpo, nunca me fío de las armas – se sentía extraña diciendo tal cosa una persona que parecía adorar tanto a su arma de preferencia.

– Nunca tuve un entrenamiento formal, por lo que debo familiarizarme por mi cuenta con las armas, pero no es común que me quede mucho tiempo en un lugar como para escoger una – y exactamente lo mismo sucedía con el asunto de su parabatai, sentía que iba a morir antes de encontrar una persona con quien compartir esa clase de vínculo. Se sacudió el pensamiento de la cabeza y volvió la atención a la chica – ¿Eres de Nueva York? – la pregunta era solo un punto de conversación aunque eso llevaría a que la respuesta diera lugar a la misma pregunta y Bianca no era de ningún lugar, se pasaba más tiempo viajando de país en país que estableciéndose en un solo lugar. – Disculpa, pero no soy realmente buena con las relaciones con personas– dijo sin saber qué más podía decir.

Bianca observaba como Valentina hablaba, sus movimientos eran pequeños, pero ella podía capta cada uno de ellos, cada parpadeo y la forma en que sus labios se curvaban cuando algo parecía traerle un buen recuerdo. Ese, probablemente, era uno de los talentos de Bianca, nada se le pasaba por alto, todo lo veía y escuchaba y nada podía distraerla, la atención lo era todo y leer a las personas se le había vuelto fácil después de verse obligada a pasar reuniones interminables en cada instituto por el que pasaba, pero por encima de eso, estaba el hecho de que Valentina lucía como una persona increíblemente abierta y eso parecía hacerla confiable ante los ojos de Bianca, quien pocas veces se abría nadie.

Una punzada le golpeó la boca del estómago, hablar de padres era doloroso para Bianca y no iba a hablar del suyo ni aunque la obligaran, eran recuerdos tan preciados que dudaba poder compartirlos nunca, eran suyos y si los traía a colación sería como traicionar esa relación que alguna vez tuvo con su padre y que perdió, tal vez demasiado pronto. – Yo no tenía el tiempo suficiente, ni un tutor que me ayudara a llevar un orden, todo lo aprendí por mi misma y a veces por algún cazador que conociera en uno de mis lugares de paso – "lugares de paso" había dicho, los institutos no eran lugares de paso, pero todo en su vida parecía serlo. La comisura de sus labios se curvó apenas un poco antes de ladear la cabeza mirando a la chica que tenía en frente –Pareces demasiado... Sentimental – comentó recogiendo su cabello en una cola de caballo para comenzar a caminar, el sonido de las ramas y hojas debajo de ella era casi tranquilizante y la sensación suave de la tierra y el moho le gustaba demasiado como para estar quieta y ver a Valentina levantar la flecha solo la hizo sentir mejor.

– Los cuchillos serafín son probablemente lo segundo o tercero en mi lista de habilidades en cuanto armas, aunque las espadas en general son espléndidas – comentó rizando las puntas de su cabello mientras caminaba saliendo del área de visión de la chica. – El arco no se me da mal, pero como dije, no confío completamente en las armas, nunca desarrollé una conexión con ninguna – sacó la daga de nuevo la giró entre sus dedos mirando con los movimientos descomplicados de Valentina.

Bianca le dedicó una sonrisa de agradecimiento y recibió la manzana que Valentina le ofrecía. Le dio una vuelta en su mano sintiendo la piel lisa de la fruta, estaba fresca; le dio un mordisco y se limpió la comisura de los labios del jugo de la manzana. Asintió y se encogió de hombros – Creo que lo que se me da mejor son las espadas – comentó recordando como el peso de la espada entre sus manos se sentía y la forma en que la hoja de la misma cortaba el viento cuando entrenaba, era probablemente lo que mejor se le daba, pero pocas veces cargaba una con ella.

– Te diría que no es tan difícil, pero creo que depende de cada persona – se sentó en el suelo junto a la raíz de un árbol y miró sus botas – ¿Vives con... – comenzó, pero una alerta en su conciencia le hizo replantear la pregunta – ¿Vives sola o en el instituto de la ciudad o tu sabes... con tu novio o algo así? – se sintió ridícula haciendo formulando la pregunta de la forma en que lo había hecho, pero sabía que el tema de las familias era un tema de cuidado entre los nefilim, ella misma lo sabía como nadie.

Aún así se sentía tonta por toda la pregunta en general, pero si ella tuviera un novio o un hombre atractivo con el que vivir no lo dudaría dos veces, su contacto físico y emocional con los del sexo opuesto era nulo, pero era algo a lo que se acostumbraba aún cuando su apariencia les llamaba la atención principalmente a los mundanos. Cruzó las piernas y descansó una mano sobre su rodilla mirando a Valentina mientras le daba otra mordida a su manzana.

Bianca dejó salir una risita siseante, luego negó con la cabeza encogiéndose de hombros – Vivo con mi madre en un apartamento pequeño, digamos que estamos manejando esto del "bajo perfil" – asintió, sonaba casi interesante, notó el rubor en las mejillas de Valentina y le dedicó una sonrisa torcida –No he tenido verdaderas relaciones amorosas con néfilims, es complicado con todo esto de las familias y perteneciendo a La Clave, así que tengo... conozco submundos y mundanos, de todos modos nunca me quedo mucho en ningún lugar como para tener el tiempo de enamorarme y todo eso – se encogió de hombros dándole una cuarta mordida a su manzana – Supongo que en algún momento conoceré a los demás cazadores del instituto, pero quién sabe si me quedaré lo suficiente como hacerme su amiga –

La idea de conocer a las personas del instituto de Nueva York casi la descomponía, no les temía, pero la idea de que la consideraran una intrusa era demasiado real como para estar entusiasmada al respecto. –No te preocupes por incomodarme, pocas cosas tienen algún efecto real en mi – asintió y le sonrió con amabilidad. –Pero cuentame sobre las personas del instituto ¿cuántos son? ¿quiénes son? ¿Cómo son? debo admitir que la idea de conocerlos me asusta un poco – comentó con naturalidad como si verdaderamente nada le asustara.

Pero en realidad temía que no fueran lo suficientemente hospitalarios como para recibirla con lo brazos abiertos o que se encariñara con ellos y luego tener que dejarlos, ambas parecían resultados terrible y por eso conocer personas resultaba una experiencia que le generaba ansiedad a sobre manera.