Llegada al Instituto… (Libre)

La visita tal vez si había hecho bastante más larga de lo que esperaba por culpa de la situación que nos habíamos encontrado en la biblioteca. Era bastante normal encontrarse al pequeño de la casa en cualquier lugar del Instituto completamente dormido abrazando uno de sus preciados libros. Por eso decíamos que parecía un gato, que se adaptaba a cualquier lugar para dormir. No es que se pasara todo el tiempo durmiendo, pero es el único que se quedaba en el instituto mientras que nosotros íbamos de casería y al volver acabada la noche nos encontrábamos con el chico agotado en uno de los bancos mientras que esperaba nuestro regreso.
Por esos pequeños gestos había comenzado a querer al pequeño, sin contar que lo había visto crecer. Yo nunca había tenido hermanos pequeños para ver algo así. En un momento tampoco los quería, pero no sabía lo que me había estado perdiendo hasta que llegué a Nueva York. Ver a Izzy y a Alec peleándose por tonterías y empezar un pique en temas de la lucha o de cualquier otra habilidad era divertido. No hacía falta decir que siempre me ponía del lado de Alec, por lo menos la mayoría de las veces, y esa confianza hizo que acabáramos siendo parabatais y posiblemente que él confundiera sus sentimientos hacia a mí, pero ahora parecía bastante claro a quien quería, y me alegraba por él. Cuando decidiera decirlo yo estaría allí para enfrentarme a todo aquel que se opusiera. Nadie tenía el derecho a recriminar nada a mi parabatai, ni si quiera yo.
Advertí al chico que dejara de interrogar a la chica, pero esta me tocó el hombro con suavidad. Por un momento me puse tenso, no solía estar acostumbrado, pero enseguida me relajé. Era una tontería. Me dijo que no le molestaba, me encogí de hombros y me senté en la mesita de té que había entre los sillones para contemplar la escena. Me pregunté donde estaba la directora del instituto, pero lo más seguro es que estuviera reunida junto con su marido en alguna reunión de la Conclave, un consejo que se basaba en todos los directores de institutos del país. Algo que a mí me parecía totalmente aburrido.
-¿Estás interesaba en el manga? -dijo totalmente ilusionado. -Tengo muchos más en mi cuarto. ¡Podrías venir y leerlos juntos! -sonreí escuchando las palabras del joven. Nosotros siempre estábamos bastante ocupados para hacer caso a Max y que no hubiera niños de su edad tampoco ayudaba, si los hubiera tal vez el chico podría entretenerse. La diferencia de edades entre nosotros era bastante grande, aunque yo intentaba hacer caso al joven todas las veces que podía. Pero tenía la sensación que nunca sería suficiente. -Yo he estado en Idris. -continúo el chico. -Suelo ir con mis padres, que viajan mucho, pero paso la mayor parte del tiempo dentro de la casa leyendo o en los jardines, también leyendo.
A mí también me gustaba leer, bastante podría añadir pero me consideraba mucho más moderado que el pequeño de los Lightwood, sus hermanos mayores nunca había mostrado un especial interés en la lectura a diferencia de nosotros dos. Miré por la ventana, la verdad es que comenzaba a hacer realmente tarde para que Max estuviera despierto aunque a este le daba igual y eso lo sabíamos todos.
-Max, te lo digo en serio. Ya es tarde, deberías ir a la cama. -si el chico hubiera sido algo más mayor le hubiera invitado a vestirse e ir conmigo a la Luna del Cazador... Me detuve un momento a pensarlo y concluí que sería imposible, con el cariño que le tenía ahora mismo y a pesar de que tuviera mi edad o la de Izzy le mandaría a la cama una y otra vez. Sabía que eso le molestaba bastante porque el no se consideraba un niño, pero es que ninguno podíamos evitarlo. Todos queríamos protegerle hasta que hubiera marcha atrás. Todavía era demasiado joven para salir y participar en las cacerías aunque ya tuviera el entrenamiento empezado. La primera vez que lo hiciera, seguramente yo estaría allí con él y estaría más atento a lo que le pasaba a él que a lo mío. Y estaba seguro que no sería el único.
El chico se puso de morros.
-No quiero irme todavía. -dijo con obstinación y yo suspiré. Puede que adorarse al chaval, pero a veces tenía el don innato de sacarme de mis casillas.

Sin darme cuenta interrumpí a Valentina, más bien los dos hablamos casi al mismo tiempo y ella decidió guardar silencio mientras que yo le comunicaba nuevamente al niño que era hora de dormir. Él, como era propio, comenzó a ponerse de morros ante la idea. Siempre teníamos ese problema con el chico, a no ser que el padre le hablara en serio y el con aire de perrito apaleado se iba a su cuarto arrastrando los pies. Era eso antes que las bofetadas que me llevaba yo al desobedecer, normalmente de traicionera, sin esperármela. Durante un tiempo siempre que venía mi padre esperaba llevarme un tortazo, pero ese miedo desapareció al comprender las acciones que harían llevarme un castigo y el que no. Después estaban las lecciones, que siempre las daba una forma horrible, sobre todo cuando se trataba de enseñarme de valores. Las otras, era como un profesor normal, se podía decir que tenía paciencia en la mayoría de las ocasiones.
En ese momento la chica intervino, había congeniado bastante bien con el pequeño Max, supuse porque era la única que había mostrado algo de interés en sus libros al igual que Clary. Por como había hablado de ella se notaba que le caía bien, por lo menos mejor que un simple desconocido. La chica ya podría hacer algo mal, de ese modo tendría un motivo de peso para poder odiarla e intentar dejar de quererla de una vez por todas. Pero para mi desgracia tenía que portarse bien con casi todo el mundo, con los únicos que había visto portarse mal han sido conmigo y con Alec, cuando este se comportaba como un autentico capullo con ella. Me acordaba cuando me había dado el bofetón en el ascensor del instituto por haber dicho que no estaba completamente seguro de que fuera una cazadora de sombras, y al decirle que Alec le habría devuelto el golpe era verdad. Había sido testigo muchas veces de las peleas entre él e Izzy. Todo un espectáculo de gritos, brazos, piernas y tirones de pelo azabache. Toda una bola de pelo gigante, en aquel momento resultaba gracioso.
Valentina le ofrecía un trato al chico, ella le tendió la mano comunicándole que si se iba a la cama, como le había pedido un par de veces, iría mañana por su cuarto y leería con él unos cuantos mangas. Al escuchar eso, el pequeño cazador se irguió, me recordó un poco a Iglesia cuando olía pescado cerca, sus ojos volvían a brillar de emoción.
-¿De verdad? -preguntó el chico y aceptó la mano de la chica. -Me iré a la cama. -dije sonriente. Percibí la mirada de la joven, como si me estuviera pidiendo ayudaba con el asunto del pequeño, pero este ya había aceptado irse a la cama.
-Ya habéis vendido vuestra alma entre vosotros, ahora a la cama. -dije con voz autoritaria.
-Jace... -dijo Max con aire avergonzado. Enarqué una ceja por su tono.
-¿Qué pasa?
-Cantas la canción de mamá... -dije en el mismo tono que antes. -La francesa...
Le miré sorprendido y algo horrorizado.
-No sé cantar Max.
-Me refiero que la toques al piano, mamá no está para cantármela.
Fui a replicar pero acabé suspirando y pasándome la mano por el cabello, ya seco, con aire derrotado y resignado.
-Está bien, tu ganas. -le dije. El chico salió corriendo, se detuvo en la puerta y se despidió con la mano.
-Buenas noches. -dijo antes de salir y dejar la puerta entre abierta.
Miré a Valentina.
-Lo único que queda es la sala de música, por si quieres acompañarme. -le había prometido a Max que tocaría al dichosa canción. Su cuarto estaba lo bastante cerca de la sala de música para escuchar la música, pero igualmente dejaría la puerta abierta para que el sonido no llegara tan amortiguado. Caminé por el pasillo y a los pocos minutos llegamos a la sala de música. Allí se extendían muchos instrumentos de toda clase, pero lo que a mí me interesaba era el piano, que se encontraba a unos siete metros de la puerta.
Me acerqué al instrumento, era negro lustroso y de cola. La abría e Iglesia que dormía en el hueco del atril, donde no había tapa. Levantó sus ojos amarillentos mirándome directamente a los ojos molesto por haberle despertado, después miró a la chica y levantó las orejas.
-Es la chica nueva Iglesia, Valentina. -miré a la chica. -Es nuestro gato, Iglesia. Si te pierdes siempre puedes pedirle ayuda a él, se sabe mejor los rincones del instituto que nosotros mismos. -miré al gato de nuevo. -¿Contento? -y el gato como única respuesta fue ronronear. Puse los ojos en blancos, con un mensaje claro en los ojos: Gatos.
La música era lo segundo que había aprendido con verdadero entusiasmo después de aprender a luchar. Valentine siempre había dicho que un cazador de sombras como mínimo tendría que saber tocar un instrumento, la música había conseguido mantenerme ocupado en esos momentos cuando no tenía nada que hacer, y no me disgustaba para nada quedarme absorto en tal actividad.
Tras las presentaciones me senté en banco y levantar la tapa para exponer las teclas ante mí. Coloqué los dedos y comencé a tocar....


Fue casi de inmediato. Me olvidé de todo, lo único que existía para mí en aquel momento era mis dedos recorriendo y presionando las teclas de piano, creando una melodía que inundaba mis tímpanos y recorría todo mi cuerpo. No pude evitar recordar la voz de Maryse cantando la canción, que para cuando venía a cantármela a mí ya estaba dormido pero aun así la cantaba para mí. Podría estar ahí, tocando una y otra vez, horas y horas, sin acordarme de comer y beber si quiera. Estos eran unos de mis momentos y nadie podría arrebatármelos, ni si quiera mi padre. Mis pies pisaban los pedales cuando fuera necesario y de forma automática, de la misma manera que mis dedos se movían. No necesitaba pensar en mis acciones, solo sabía que hacer. Era lo más natural, lo más humano que tenía, como si el piano fuera una extensión de mí.
Al acabar la canción con unas notas graves y pausadas, miré a Iglesia, que miraba como los martillos del piano golpeaba las cuerdas a medida que tocaba. Parecía muy interesado en ellos, pero cuando dejé de tocar me miró como si me perdonara todas esas veces que le había amenazado con hacerme un sombrero con él. Levanté la mano y le acaricié la cabeza y este fue contra mi mano sin parar de ronronear. Me acordé de la presencia de Valentina, no era la primera vez que me sucedía cosas así. Alec solía pedirme que tocara alguna pieza e Izzy también, aunque las que ella me pedía eran algo más marchosas comparadas con las canciones que le gustaban a su hermano. Una vez le pregunté por qué me pedía que tocara y su respuesta fue: “Porque es el único momento que pareces autentico, como si te liberaran del todo el peso que sostienes sobre tus hombros y no quieres compartir, ni si quiera conmigo que soy tu parabatai”. Después de eso me sonrió y me pidió otra canción, y yo accedí de buen gusto. Miré a Valentina, si iba a comentar algo, sería mejor que lo dijera ya.

Ignoré la risa de Valentina cuando Max me había pedido que cantara, si yo hacía eso sería como una maldita tortura o castigo, yo no entraba en temas que se me escapaban y menos esas en ese tipo de cosas. En esos aspectos preferían que destacaran aquellas personas que tenían verdadero talento. El mío a parte de la lucha, era el piano sin contar que tuve una estricta educación para llegar a lo que había llegado. De camino a la sala de música mi acompañante hizo un comentario que no me esperaba para nada. La miré algo sorprendido, pero después me encogí de hombros.
-No lo sé, nunca tuve un hermano, por lo menos hermanos biológicos. -dije tranquilamente e inmediatamente me acordé de Clary. -Hasta ahora, claro. -no me gustaba pensar en ella como una hermana, yo no la veía como tal. Era más que eso, una relación mucho más complicada que la mera relación fraternal. Ojalá todo esos desaparecieran de golpe, de la misma manera que había aparecido. Pero ese pensamiento era de iluso, y yo lo sabía bastante bien. Otra opción sería creer que mi padre estuviera mintiendo al respecto sobre que éramos hermanos, pero eso para mí era imposible. Él era mi padre, me había criado, me había enseñado e instruido en muchos artes. No podía negar que ese hombre, Valentine, era mi padre. El tema de Clary, era todavía peor, porque podía ver la mandíbula de Valentine en la línea de la mandíbula de la chica. Mirándome en el espejo había intentado encontrar algo parecido entre mi padre y yo, y no había encontrado ninguno. Solo en la pose erguida y llena de orgullo y superioridad. Al parecer esa famosa frase de: “Todo lo malo se pega”, era cierta.
Preparé le piano nada más, hice las presentaciones pertinentes entre el gato y la chica. Porque este primera sería muy capaz de vengarse, y era un genio a la hora de hacerlo. La chica al contestarlo, tuvo como única respuesta un maullido y un movimiento de cola. Me pregunté a quien habría salido este gato que parecía casi un humano. Aunque se le podía comprar con mucho menos que a un humano, solo podrías gastar la mitad del sueldo en comprar latas de atún o pescado fresco. El gato prefería la comida cara, un animal caprichoso, sin duda.
Comencé a tocar y perdí la noción de todo. Lo único que existía era las teclas del instrumentos y mis dedos que pasaban por encima de ellas, acariciándolas y presionándola con suavidad para crear esa canción que Max tanto quería escuchar. La letra de la canción me acompañaba solo a mí con la voz de la directora de Instituto. Esa nada siempre ha estado presente entre las paredes de aquella catedral, ayudando a espantar el miedo a la oscuridad de los más pequeños. Nosotros no temíamos a los monstruos que se escondían debajo de la cama, sino a cosas peores que podían guardar la oscuridad de la noche. Seguí tocando con suma tranquilidad para que esta le llegara al mi hermano pequeño, o que por lo menos entendiera lo que quería que sintiera. Terminé con unas notas muchas más graves y pausadas, hasta que no me acordé donde y con quién me encontraba no me giré para mirar a Valentina.
Esta tenía una expresión de asombro y maravillado. No dije nada, dejé que ella primero me dijera, y las palabras que salieron de sus labios me hizo sonreír a medio lado. Tendría que saber que todo eso se debía a ese hombre que tanto odiaba. Vi como la muchacha acariciaba suavemente el borde del piano, parecía a kilómetros de distancia, dejé que se le pasara por su cuenta.
-Cuando quieras. -dije cuando ella se sentó en el borde del taburete. -Sería interesante, ninguno de los Lightwood saben tocar algún instrumento. Maryse y Robert nunca fueron tan exigentes en ese aspecto de la educación. -dije pensando en las clases de mi padre. -Y respecto a lo que has dicho primero, no tengo ni idea de quien me hablas. Por lo menos eso de envidiarle y que un gran maestro al piano.

Le avisé que yo no entendía de que estaba hablando. Valentina en aquel momento pareció darse cuenta que le había faltado algo muy importante, que no tenía de que estaba hablando. En ese momento la chica me explicó a quien se refería. No me sorprendió, sabía perfectamente sobre tener un padre estricto y creo que todo el mundo sabía esa parte de mi vida. No me gustaba, no me gustaba que las personas supieran cosas de mi pasado, eso era algo mío. Algo mío que los demás no tenían derecho a saber a menos que yo quisiera, que yo contara, como hice con Clary que le conté mi historia del halcón de caza. Tendría que ser elección mía, no de nadie más. Solo mía, y después de lo que pasó parecía que todos sabrían mucho más de mi vida que yo mismo. Eso me molestaba más de la cuenta, mucho más de lo que debería.
-Yo también creo que es una pena, pero los Lightwood tienen otras preferencias. -me levanté del banco y cerré el piano de nuevo. -Y esas palabras me suenan bastantes, siempre las había escuchado cada vez que empezaba una lección. -me pasé la mano por el pelo y después por el cuello. -Valentina, es tarde, será mejor que me vaya a descansar. -me dirigí a la puerta. -Buenas noches y ya me avisaras para hacer ese dueto. -dije mientras salía de la sala de música y me dirigía a mi cuarto, dejando la puerta entreabierta para que la chica saliera cuando quisiera. Antes de ir a mi cuarto pasé por el dormitorio de Max, la puerta estaba entreabierta, la abrí un poco más y comprobé que estaba dormido. Cerré la puerta con cuidado y me fui directamente a mi cuarto. Donde me acosté en la cama y estuve bastante tiempo pensando en mis cosas, que se resumían en: Clary, Valentine, la clave, Clary, Clary y más Clary. No paré de pensar en eso hasta que me quedé totalmente dormido.