Momentos extraños (Roderick W. Kahlër)

En serio, aquello no me gustaba. Todo estaba lleno de luces, ruido, olores distintos y... gente. Demasiada gente. Me sentía tan incómoda que casi parecía que el mal humor se me estaba convirtiendo en bilis. ¿Por qué narices me había llevado Roderick a aquel sitio? No me gustaba estar con la gente, no me gustaba relacionarme, me asustaba y repelía, no había tenido buenas experiencias. Era normal que eso no lo supiera él porque yo no había contado casi nada sobre mí aquellas personas que me habían acogido... Aún no eran lo suficientemente de confianza para abrirme a ellos, pero sí que había mencionado alguna vez —o al menos pensaba que había dejado claro con mi actitud— que no me sentía cómoda en compañía, y mucho menos si era tanta gente y tan pegada como en aquel sitio que estaba tan lleno. Y encima... a veces no soportaba a Roderick, tal vez mi sentido del humor dejaba mucho que desear... pero él hacía unas bromas que, a mi criterio, no tenían ninguna gracia.

Sin embargo, no había salido de “casa” con muy buena cara, parecía molesto por una discusión que tuve con uno de los miembros de la manada. En aquel momento me pregunté a dónde querría llevarme y, por un momento, temí que de repente supiera quién era mi padre y que quisiera llevarme con él para librarse de mí, tal vez por eso el mal humor no se me quitó, sentí rencor hacia él en vano. De todos modos, llevarme a un parque de atracciones no había sido buena idea, nunca había ido a uno y no me parecía el lugar más adecuado para mí en aquel momento. Después de hablarle, me contestó con un “niña” y me instó a quitar mi “cara de amargada”. ¡Yo no tenía cara de amargada! Y de todas maneras... ¿Qué sabía él? Era normal que estuviese triste por la muerte de mi madre que, al fin y al cabo, era un hecho bastante reciente... Y descubrir que mi padre era un licántropo y vivir cómo me transformaba contra mi voluntad tampoco era algo con lo que pudiera estar para tirar cohetes.

—Ah, ¿pero me lo estás diciendo en serio? —dije cuando me preguntó a dónde me quería subir primero. —No, venga, quiero irme de aquí. Hay... demasiada gente, me siento incómoda. —respiré hondo cuando vi que la cosa de verdad iba en serio. —Nunca viví como una humana común y corriente y nunca estuve en un sitio como este.

Vi el gesto de Roderick que demostraba incredulidad, o al menos eso parecían sus cejas alzadas. ¿Qué pasa? ¿Tan anormal era que no hubiese estado nunca en un dichoso parque de atracciones multicolor y ruidoso? Vale, a lo mejor sí... Pero yo no tenía la culpa, y tampoco se la echaba a mi madre, aquel sitio me resultaba desagradable, ¿cómo podía gustarle a la gente semejante lugar estruendoso y con tantas personas alrede...? Bueno, la mayoría de las personas no tenía sociofobia como yo, así que eso lo explicaba todo. ¿Pero por qué Roderick me tenía que obligar a ir allí? ¿Por qué tenía que castigarme por estar discutiendo con otro miembro de la manada? ¡No era una niña pequeña y mi madre nunca me había castigado! Alison, relaja y piensa. No es un castigo, ¿no lo ves? Lo está haciendo por ti.

Roderick dijo que entendía cómo me sentía mientras ponía su mano en mi hombro. La poca distancia que dejaba me incomodaba mucho más de lo que ya lo estaba, pero callé el impulso de apartarme de él porque no quería que se enfadara. Él no entendía cómo me sentía, no podía entenderlo, había perdido demasiado y visto demasiadas cosas en muy poco tiempo. Tampoco me gustó lo que dijo sobre que todos teníamos nuestra historia, que eso fuese así no quitaba que se lo pudieran tomar mejor que yo. Además, ellos no sabían qué me había pasado a mí. No tenían ni idea. Hice una mueca y fruncí el ceño cuando aún seguía insistiendo en que “disfrutara” del parque, diciéndome que eligiera a dónde quería ir o elegiría yo. Resoplé y miré alrededor, había estado a punto de decirle que eligiera él, pero vi algo que me llamó la atención.

—Eso. —dije y señalé una sitio que no tenía muy buen aspecto y que se llamaba “la casa del terror” o algo así. Sin esperar respuesta de él, me aparté —respirando aliviada por no tenerlo tan cerca— y eché a andar hacia allí. Si no estaba de acuerdo no tenía más que decirlo y ya está. Después de todo, él era el jefe.

Bufé por su “caricia”, no es que me preocupase mi imagen y que por ello me molestase que me hubiese revuelto el pelo, el problema era que, de por sí, no me gustaba nada que me tocasen. Me resultaba realmente incómodo que alguien me tocara, aunque fuese un simple apretón de manos, porque yo sólo estaba acostumbrada a que me tocase mi madre... los demás no podían acercárseme demasiado o tocarme si no querían que montase un espectáculo. O no. Tampoco era de armar escándalo, pero sí que podía llegar a cabrearme bastante, pero no se había dado la situación más incómoda como para comprobar mi reacción. A Roderick, en cierto modo, se lo permitía —a regañadientes, claro— porque me había acogido entre los suyos como a una más sin conocerme y no me había presionado para que le contara lo que me había pasado. Eso, aunque no lo pareciese, lo agradecía; a mi manera, pero lo agradecía.

Por todo eso, seguí de largo hacia la atracción y ni siquiera miré hacia atrás cuando le dije que yo siempre usaba la cabeza. Después de pagar entrada para los dos, entramos en el túnel del terror siguiendo a otras personas mientras yo intentaba calmarme, pues seguía poniéndome nerviosa tanta gente a mi alrededor que podía tocarme o darme empujones. Estúpida gente. Miré a mi alrededor, intentando concentrarme en lo que era la atracción en sí, pero no me estaba asustando de nada, más bien miraba con incredulidad a la gente que estaba delante de mí chillando como si hubiesen visto mil monstruos a su alrededor. Si ellos hubiesen presenciado lo mismo que yo... Resoplé, aburrida, pero entonces algo me distrajo de todo y me hizo caer al suelo del susto. Me lo quité de encima, haciendo una mueca de asco.

—¿Qué narices era eso? Esta mierda está rota. —me puse de pie lo más deprisa que pude y me sacudí la ropa y las manos. ¿Para qué me había metido yo allí? Sólo quería chinchar a Roderick, o eso pensaba al menos, pero la única que había salido perjudicada era yo. —Mejor vámonos de aquí. Qué mal huele esa cosa. —farfullé como si fuera una vieja refunfuñona.