Vuelve el perro arrepentido... [Clare]

Era el último día del descanso que le habían impuesto en el instituto, y al día siguiente podría retomar los entrenamientos, cosa que le preocupaba a sobremanera, ya que no quería quedar atrás de su prima en el tiro con arco, cosa que de todas formas era bastante poco probable, pero, siendo metódico como lo era, necesitaba cerciorarse de eso.

Su buen humor era evidente, se notaba como saboreaba las horas de entrenamiento para distraerse de la ausencia de Magnus. Ya había perdido cuenta del tiempo que llevaba sin verlo, aunque tampoco había contado mucho, se había cansado después de unos 3 días, que le habían parecido tan eternos que no comprendía como había pasado el tiempo tan lento. Necesitaba, por sobre todas las cosas disculparse.

Ya había quedado en el olvido la chiquilla con la que se había encontrado la tarde anterior en la sala de armas, con quien había tenido un enfrentamiento, y sólo había dos cosas en su mente: Magnus y el ansiado alivio que le llegaría al día siguiente con el entrenamiento. Ahora necesitaba distraerse con algo, o el tiempo volvería a pasar lento... Decidió que la biblioteca sería un buen lugar para mantenerse entretenido. Podría estudiar un poco sobre el dichoso Agramón, para comprender mejor como funcionaba su mecanismo, ya que no necesitaba aprender mucho sobre otros demonios, porque, a pesar de volver a los entrenamientos, suponía que faltaba bastante más tiempo para que le permitieran salir a cazar de noche.

Se trepó por una de las escaleras, y miró varios libros sobre demonología. Eligió un par que, luego de hojearlos, evidenciaban en su índice la presencia del puto demonio aquél. Sintió una oleada de odio recorrerlo conforme bajaba la escalera. Deseaba destruirlo, "devolverle la gentileza", hacerle tanto daño como él le había hecho a él. Se sentó en uno de los sofás y comenzó a leer el primero de los libros según el orden alfabético.

Tomó una hoja de papel y comenzó a garabatear datos de interés, como que carecía de forma física precisa, y se asemejaba a una nube de gas con ojos brillantes. Tomaba la forma del mayor miedo del oponente, y, sencillamente, lo asustaba hasta matarlo. Cada palabra que leía y le resultaba importante le generaba mayor odio por el maldito ser. Pronto perdió noción del tiempo, concentrado como estaba en aquellos libros, que eran intercambiados de lugar según el dato que comenzaba a tomar importancia.